En Huatusco, Ceferina prepara y vende tamalitos para obtener recursos para costear la búsqueda de su hijo. El joven albañil fue víctima de policías del general Arturo Bermúdez; cuando se lo llevaron desaparecieron otros 15 muchachos. Si no alcanza la venta de tamales, se va a buscar quien le ofrezca ropa ajena para lavar, pero tiene que salir para seguir buscando.
Por Ignacio Carvajal
Ciudad de México, 15 de enero (SinEmbargo/BlogExpediente).- Desde hace tres años, cada sábado por la madrugada, comienza el ritual en la casa de Ceferina Hernández. Ella toma la masa, que compró un día antes, comienza a golpearla contra la mesa de tablas y agregarle la manteca y sal.
En medio de la soledad, casi a oscuras, la mujer batalla en preparar los ingredientes para sus tamales. Muele el chile, le pone condimentos a la salsa y escoge las presas del pollo o de puerco para hacerlas cachitos y que rindan.
Tiende las hojas de plátano. Las seca con un trapo y las va cortando en secciones más o menos equivalentes al tamaño del platillo prehispánico.
Todo este trabajo le lleva varias horas: después de que ha llenado su lata tamalera, la pone a la lumbre, sobre el fogón, a la leña; con sueño, soportando con un poquito de café y un mendrugo de pan, se apresta a cuidar su preparado y evitar que se queme.
Agotada, con las manos agrietadas por el calor y el trabajo en la cocina, incluso, a veces entre llanto, Ceferina no deja de hacer esto cada fin de semana, pues de ello depende un fin más importante a su vida misma, define.
El dinerito que sale de la venta de los tamales, dice, es lo único con lo que cuenta para salir a buscar a su hijo, víctima de desaparición forzada en julio del 2013, en una colonia de su natal Huatusco.
La lata de tamales rancheros está lista. Su aroma invade la humilde casa y los demás hijos y nietos comienzan a despertar. Ella sirve algunos para el desayuno, apenas prueba bocado porque siempre le dicen lo mismo y no quiere escuchar: «mamá, ya deja eso, no trabajes, no tienes necesidad. Deja de buscar. Resígnate, él ya no está».
Las palabras invariablemente le causan lágrimas, pero también inyectan coraje para salir a la calle a vender sus tamales.
Listos, coloca los tamales en un cubo de 20 litros y se va a ofrecerlos.
Quien la ve, sólo la conoce como «Ceferina, la tamalera», pocos saben su dolor.
Bajita, con algunos dientes faltantes, con el olor al humo del fogón aun impregnado en la ropa, la cabellera descompuesta y las arrugas cada vez más acentuadas, Ceferina anda por las calles de Huatusco como un fantasma.
Carga el pesado cubo de tamales, pero ese no es el peso que cansa y jode, dice, lo insoportable es la ausencia del hijo arrancado sin razón aparente, Mateo Manolo García, de 29 años actualmente.
Hace unos meses ingresó al colectivo Solecito de Veracruz, donde otras mujeres incluso de niveles sociales mucho más alto al de ella, le tendieron la mano sin ver lo raído de sus ropas y la ausencia de zapatos.
Cuando llegó al Colectivo, su caso estaba arrumbado en una agencia del Ministerio Público de Huatusco.
«Señora ¿qué nos trae hoy? ¿Alguna novedad? Acá seguimos igual» la cantaleta de los burócratas.
«Cuando ingresé al Solecito, mis hermanas de dolor me preguntaron por mis pruebas de ADN, las sábanas de llamadas y otros trámites que, me contaron ellas, ya debían estar. Yo no sabía nada de eso. Les dije que yo era una mujer muy pobre, que me ganaba la vida vendiendo tamales y lavando ropa ajena para tener con qué buscar a mi hijo y no sabía de leyes. Ellas me han ayudado mucho y ahora todos esos trámites se realizaron y ahora sí siento que buscan a mi hijo.
Los tamales de Ceferina, cuenta, son sabrosos, calientitos y siempre frescos. Nunca falta los sábados, llueva o truene, por las calles de Huatusco, algunas desprendiendo aroma al típico piloncillo y a melaza; el sabor de sus tamales, a unos les llena la panza, para Ceferina son unas monedas con las cuales paga taxis, boletos de pasaje, copias, etc., para seguir buscado.
Como todo. Hay veces que la venta es mala. Entonces Ceferina debe irse a los fraccionamientos de los potentados en Huatusco, va de casa en casa, ofreciendo sus manos y fuerza para lavar pilas y pilas de ropa ajena.
«Hay veces en que por las lavadas obtengo 50 o 100 pesos. Ahí me sirve para algo, lo voy juntado».
El 31 de julio es el día perro, recuerda. Su hijo Mateo Manolo había ido a casa de su suegra, con su esposa e hija.
Era tarde, acababa de comer, y el joven salió a la banqueta al escuchar el griterío de otros muchachos pidiendo auxilio.
El joven no sabía su error, elementos de la Secretaría de Seguridad Pública, en varias patrullas, realizaban una redada. Ese día, dice Ceferina, se llevaron como a 15 muchachos, incluido el suyo, por mirón.
Sólo recuerdan cómo lo subieron a golpes a una de las patrullas. Todos los oficiales andaban tapados del rostro, cortando el cartucho de las armas de grueso calibre.
«Yo me fui a buscarlo a las cárceles, a los penales de la zona, a las comandancias de Amatlán, Huatusco, Fortín, Córdoba, pero no apareció por ningún lado.
«Mi hijo no tenía dinero, no vendía droga ni le iba bien en la vida. Era el menor de siete hijos, el consentido. No pude darle para el estudio, su papá los abandonó y me dejó el paquete, por eso vendo tamales y lavo ropa de otros».
¿Qué hacía mi hijo antes de ser llevado por la policía, era ayudante de albañil, en eso trabajaba para alimentar a su esposa e hija. Pintaba casas y a veces me ayudaba a cargar la cubeta de tamales. No sé por qué se lo llevó la policía, señor, sólo quiero que me ayuden a encontrarlo.
EL TRIÁNGULO DE BERMÚDEZ
Entre 2011 y 2013, docenas de chicos desaparecieron a manos de autoridades en la zona entre Huatusco, Córdoba, Orizaba y Cuitláhuac, en la región central de Veracruz. Irónicamente, el área es conocida como el Triángulo de los Bermúdez, en alusión al área geografía ubicada en el Atlántico y en la cual han desaparecido tripulaciones completas.
Los registros no son confiables, pero colectivos como el de Aracely Salcedo, hablan de más de mil jóvenes desaparecidos en esos municipios, la mayoría de los casos sin denunciar y otros archivados.
Invariablemente, en ellos los protagonistas son elementos de la Policía o de la Secretaría de Marina encuadrados en el Mando Único. Hasta ahora, los mandos de esas dos corporaciones no han sido investigados por casos como el del hijo de Ceferina Hernández.
Cientos de familias han sido diezmadas en esos puntos por cazadores de humanos que atrás dejan desolación y corazones vacíos, pues en algunos casos los ausentes son apoyo en la economía de los hogares que se van quedando sin hombres, únicamente con mujeres y niños.
Rosalía Castro Toss, integrante de Solecito de Veracruz, reconoce que en la búsqueda de un familiar ausente, además del desgaste emocional, lo más impactante en la familia siempre es lo económico, pues el gobierno poco apoya.
Solecito de Veracruz actualmente mantiene una búsqueda prolongada en el predio conocido como Colinas de Santa Fe, en el puerto jarocho, en la cual se han gastado todos los recursos del colectivo. En algunos casos, la búsqueda es sostenida con la venta de ropa usada en un bazar, venta de comidas, frituras, etc.
En ese aspecto, las mujeres de Solecito conocen el drama de Ceferina, quien no dejará de iniciar ese ritual de las madrugadas del sábado para preparar la masa y salir a vender a las calles, hasta que el hijo aparezca o que la muerte llegue.